jueves, 23 de febrero de 2012

Crónica del rescate; muertos y fierros retorcidos

Habían pasado tres horas desde que el tren de cercanías se estrelló contra la cabecera del andén de la estación de Once. Los heridos leves habían salido por sí solos y los más graves esperaban la ayuda de los bomberos y del personal de emergencia.

Eran las 11.30. Los gritos y las corridas pidiendo paso no paraban en el hall de la estación. “¡Silencio! ¡Silencio!”, empezaron a gritar de golpe y dentro de los vagones. Los rescatistas tenían la peor tarea: identificar si las víctimas que aún estaban allí seguían con vida. No hubo respuesta.

Antesala del infierno

“Fue el peor momento de la tragedia. La antesala del infierno. Uno a uno, los cuerpos fueron sacados de entre los hierros torcidos en bolsas negras. Primero fue uno solo, en medio del traslado de los heridos del final. Luego, otro. Y uno más. Y otro más. Y otro. Cinco seguidos y la antesala de un número que parecía no terminar”, escribió la periodista María Arce en la edición digital del diario Clarín.

“Las camillas esperaban vacías que apareciera un herido. Pero no. Estaban todos muertos. Seis, siete, ocho, nueve' El personal del SAME (sanitarios) comenzó a dispersarse y fue remplazado por oficiales de Policía que en vez de guantes y estetoscopios llevaban en sus manos más bolsas negras”.

“Diez, once, doce y seguía creciendo el número de fallecidos. Las caras de los empleados del tren se iban desfigurando. Los policías entraban sigilosos al vagón, desplegaban las bolsas con cuidado y envolvían lentamente los cuerpos. Después salían rápido hacia el final del andén, por la parte de atrás de la estación. Casi a hurtadillas. Se iban con el horror a cuestas, tratando de ocultarlo”, describe Arce.

Pero allí no terminó el caos. “¡Rojo, rojo! (herido grave)”, se escuchaba gritar al pie de una de las escalinatas de acceso a la estación a un médico del servicio público de emergencia SAME, encargado de ordenar por colores, de acuerdo a la gravedad de los casos, la salida de heridos.

Los heridos más graves eran llevados en camilla por la calle, cortada al tránsito, hasta uno de los dos helicópteros para trasladarlos a los hospitales, mientras que los valorados con código amarillo, menos graves, partían en alguna de las veintenas de ambulancias que fueron y vinieron toda la mañana.

El desastre desnudó falencias
Según periodistas y analistas de diferentes medios argentinos, la Policía el gobierno local y otras instancias se vieron desbordados por la tragedia.

Para Ricardo Lafauci, “desastres como este ponen de manifiesto la fragilidad de un sistema ferroviario obsoleto, pobre y carente de todo tipo de previsión y mantenimiento adecuado a las necesidades de miles de usuarios al día. Es la demostración de la eterna incapacidad argentina para prevenir”.

Su colega, Valentín Díaz Aroca, definió la tragedia de Once como “un pandemonio que creíamos reservado al cine en 3D y que dejó abierta la interrogante sobre la seguridad vial”.

De acuerdo con el diario Clarín “las autoridades no cuentan con un plan de contingencia adecuado para reaccionar con prontitud en casos como éste”.

El Gobierno de la ciudad habilitó un teléfono de información sobre el paradero de los pasajeros y los medios locales difundieron las listas de los heridos recibidos en hospitales. Pero no fue suficiente.

“Como no había una lista oficial de víctimas, los familiares rompieron el dispositivo de seguridad exigiendo respuestas e información que nadie podía darles”, sostuvo Ernesto Carulla, de Radio Mitre, para quien este accidente “obliga a replantear el estado de los servicios ferroviarios del país, pero sobre todo de la capital”.


Desastres ferroviarios en 10 años
Egipto En 2002, 361 personas murieron en el incendio de un tren en El Cairo.


Mozambique En 2003, un descarrilamiento provocó más de 190 muertos.


Norcorea En 2005, la colisión de dos trenes causó la muerte de 150 personas.


India En 2011, el descarrilamiento de un tren provocó la muerte de 69 pasajeros.

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